junio 04, 2011

Ciudade.

El problema de la ciudad es que no te deja ir, se esmera en retenerte en cada acera, en cada puesta de sol, en cada imagen mental. A cada paso asomas tú, completa o en partes, retazos de un todo que eres. Ahí estás, detrás de un árbol, bajo una piedra; perdida y encontrándote a cada momento.

Estás pero en esa forma de estar en la que estás casi sin quererlo, sin notarlo. Estás totalmente sin intenciones de estar, y la ciudad no puede luchar contra eso. Tu inconsciente forma de quedarte en las cosas es la que te hace casi permanente en esta maraña de edificios y casas. Te quedas porque la ciudad no puede soltarte.

Y es que la ciudad y yo nos parecemos mucho. Podría decirse que soy una ciudad dentro de la ciudad. Una ciudad andante. Plazas de recuerdos, avenidas congestionadas de infancia, calles con momentos saliendo de una casa, lámparas de lucidez, grandes edificios construidos con golpes de tiempo, tú por todos lados; cartografía citadina que raya en la costumbre.

Ciudad que no quiere soltarte, y ya no hablo de mí.

Tus palabras por ahí, cruzando una calle; tu risa desenfadada contemplando quiénsabequé enfrente de un aparador; tu forma de caminar recorriendo el bulevar; y esa mirada que me diriges con inocencia, parada bajo un árbol, sosteniendo una sombrilla. Te personificas en la cotidianeidad y apenas lo notas, como si fuera natural para ti. Incluso he llegado a sospechar que lo ignoras.

No es tu culpa, tú solo existes.
La culpa es mía por llevarte conmigo a todos lados, por llenar la ciudad de ti, por hablarle a las calles de algo que ignoraban, por mostrarle al mar tu imagen en mis retinas.
Por hacer que la ciudad te conozca, porque entonces ya no te quiere dejar ir.

La culpa es mía por ser también una ciudad en la que habitas.



1 comentario:

  1. Eso fue muy bonito.
    Me topé con este escrito en el mejor momento, estoy a punto de moverme a la Ciudad y pues, ahí estamos, Ciudad y yo.

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