julio 19, 2011

Espacios.

Hay de espacios a espacios.

Como muchas otras palabras del florido idioma español, la palabra «espacio» posee más de un significado.

Me viene a la mente el «espacio» que forma parte del concepto espacio/tiempo, en el cual existen los objetos y suceden los eventos; eventos como correr por las mañanas, tomarse un café una tarde lluviosa, o disfrutar de un helado un día caluroso de julio. Eventos cotidianos, vaya.

En este «espacio» nos desenvolvemos a diario, estamos tan inmersos en él que no nos detenemos a pensar en su naturaleza. ¿Qué sería de nosotros sin el espacio? Somos seres espaciales, en este contexto. Necesitamos un espacio para existir, uno que ocupar. O al menos es lo que nos dice la física.

Pero más alla de estos conceptos físicos, existen otras definiciones de «espacio», todas ellas ligadas entre sí. Definiciones relacionadas con la arquitectura, con las artes plásticas, con la biología y con las comunicaciones, entre otras.

El espacio en lo astronómico; el lugar inmenso e ilimitado en el cual a diario mueren estrellas y nacen galaxias. Ese espacio vasto en el cual desde hace incontables años, millones de millones de astros existen muchísimo antes de la existencia del ser humano.
Espacio inmenso.
Espacio espaciosísimo, si me permiten la figura.

Las definiciones del «espacio», siempre partiendo, dirigiéndose, o simplemente enlazándose con la definición física, y entre ellas mismas.

Pero hay aún más: la percepción del espacio que tenemos cotidianamente. Sabemos que el «espacio» está ahí, pero son distintas las formas en que lo percibimos, aunque sean en esencia la misma.

El espacio que hay entre dos rivales de ajedrez, ocupado por un tablero que es su propósito.
El espacio entre los mosaicos de un piso, ocupado por líneas que de pequeños nos esforzamos en no pisar.
El espacio entre las líneas de una cancha de baloncesto, el cual determina la cantidad de puntos que el jugador anota.
El espacio que hay del plato a la boca, espacio en el cual —presumiblemente—, se cae la sopa.
El espacio entre los trastes de una guitarra, el cual determina la frecuencia a la cual vibra la cuerda y el sonido que ésta produce.
El espacio en blanco de una hoja de papel, de un pentagrama vacío, de un lienzo nuevo.

El espacio que hay entre un país y otro, entre una ciudad y otra, entre una casa y otra; espacio relativo y que a veces se nos antoja mayor o menor de lo que es.
El espacio entre dos pares de ojos enamorados que cruzan miradas, espacio románticamente lleno de dulce complicidad.

El espacio decreciente entre dos pares de labios ante lo inminente; entre dos pares de cuerpos que ya no oponen resistencia a lo inevitable. Ese espacio que también se conquista y al cual se le gana terreno en una guerra cotidiana y natural, probablemente la primera en la cual el hombre se vio envuelto.

El «espacio», hecho cotidianeidad, hecho costumbre, hecho vida y evento casual.

El «espacio», en esa dimensión en la que vivimos, vestido de sencillez, olvidándose por un instante de la física, y de todas esas cosas que no pasan por nuestra mente cuando lentamente desaparecemos —o más bien ocupamos, invadimos, reducimos a dimensiones infinitesimales—, aquel espacio, en un beso que es también una sonrisa.

Ah, y también el de la barra espaciadora. Y yo aquí con este insomnio.

1 comentario: