abril 18, 2013

Nunca te mueras


¿Qué harías si muriera hoy, sin ningún aviso, esta misma noche?

No es una pregunta estúpida en la que etiquetas a tus amigos, es una duda real y aterradoramente importante para mí.

¿Qué harías si muriera?, ¿irías a verme?

¿Te levantarías por la mañana sintiendo que el mundo está un poco más vacío de lo normal, que el aroma de tu café está más débil que de costumbre, que los zapatos te aprietan más que cualquier otro día, que tu techo luce más pálido de lo normal, que la música alegre que todos los días escuchas en el trayecto matinal ahora es plana e inexpresiva?

¿Llorarías cuando te enteres?, ¿entenderías por qué sentiste tan atípico, tan gris el día?, o ¿te aguantarías las lágrimas porque todos saben que eres fuerte, un poco insensible a muchas tragedias, una persona más de mal humor que de tristeza?

¿Esperarías a tener un momento libre para poder enterarte mejor de todo lo sucedido, investigando con mis amigos más cercanos?, o ¿dejarías todo lo que estás haciendo y saldrías inmediatamente de donde quiera que estés, con el teléfono en la mano, buscando frenética y compulsivamente números de teléfono en la pantalla salpicada por lágrimas?, ¿llamarías de manera desesperada a quien sea con tal de saber dónde estoy, mientras caminas de un lado a otro de la acera, con la otra mano en la frente y un rictus de agonía en esa cara que los peatones mirarían sorprendidos y preocupados?

¿Entrarías apresuradamente a donde estabas, para avisar que tienes que irte de inmediato, tartamudeando y balbuceando por la noticia, con los ojos rojos y desenfocados y el cabello desordenado?, y ¿saldrías de ahí inmediatamente, tropezando porque el agua en tus ojos no te deja ver bien o simplemente porque sientes que no tienes la suficiente fuerza?

¿Qué harías al llegar al lugar del sepelio, con la mirada perdida y sin recordar todo el trayecto de ida, hundiendo la memoria de la ajetreada ciudad en una profunda laguna mental?, ¿llorarías al atisbar el féretro, aún lidiando una batalla mental entre acercarte un poco más o irte de ahí de inmediato?, ¿llorarías —aún más—, al aproximarte a mi cuerpo vejado e inmóvil?

¿Acaso te echarías sobre el féretro, con los ojos desbordantes de lágrimas, gritando sin ningún sentido?, o ¿llorarías poco  mientras te rompes por dentro al verme tendido y sin vida?

¿Mirarías mis ojos cerrados definitivamente, recordando que hubo días en que se abrieron para verte y días en que se cerraron para acompañarte mientras dormías?, ¿intentarías pensar que estoy dormido, soñando, que despertaré en cualquier momento para decirte que todo está bien, que la vida es bonita y que no deberías estar llorando si estamos a punto de ir al cine, o al parque, o a la librería, o a mi casa, o a cualquier lugar, porque cualquier lugar es suficiente?, ¿despertarías luego tú de ese sueño alimentado por la impotencia, por la desesperación, por la tristeza, por la rabia; sintiendo cómo te quiebras aún más al contemplar lo inexpresivo de mi rostro?

¿Recorrerías con la mirada mi cuerpo pulcro y arreglado —tan diferente de como en muchas ocasiones lo viste—, deteniéndote y reparando en mis manos, que fueron torpes soportes temporales de guitarras, postres, libros, plumas, vasos, discos, gatos, flores, perros, tazas de café y demás objetos cotidianos; manos que se posaron en ti alguna vez, que sentiste sobre tu fría espalda en un sosegado abrazo, que te acariciaron las mejillas y recorrieron tu cabello?

¿Recordarías frente a mi ataúd todas esas veces en que te decía lo mucho que le temía a la muerte y lo mucho que me preocuparía no saber qué hacer si la muerte te alcanzaba?, ¿te acordarías de todas esas ocasiones en que en broma —o muy seriamente, mirándote a los ojos—, te pedí que nunca te murieras?, ¿sentirías después un extraño y doloroso dejo de alegría funesta al pensar que sí pudiste cumplir eso que te pedí?

¿Te quedarías ahí conmigo el tiempo que fuera necesario, con la cabeza baja y los ojos hinchados, pensando en esas veces en que tuviste que esperarme en algún sitio; rindiéndote ante la triste diferencia de que esta vez no llegaría ya, consciente de que esta vez estarías esperando —no para que llegara —, pero para que me fuera?, ¿desearías creer con todas tus fuerzas que no morimos del todo, que estoy en algún lado y que me verás de nuevo, en ese traje azul oscuro o con unos jeans y una playera, sonriéndote una vez más? ¿pronunciarías mi nombre, con la vaga esperanza de que en cualquier sitio yo pueda oírlo, o por el sólo hecho de sentir tu respiración agitada transformándose en sonido, en ese sonido que ya habías sentido pasar por tus labios otras tantas veces?

¿Qué harías si muriera esta misma noche?

Es curioso que esta pregunta ronde tantas veces por mi mente y sea tan terriblemente importante para mí, cuando honestamente yo no sé qué haría si tú murieras esta noche. Probablemente haría todas estas cosas, o tal vez —sólo tal vez—, al escuchar la noticia, me desvanecería en dos segundos sobre el suelo frío y desaparecería involuntariamente de este mundo, dejando la habitación vacía.

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