diciembre 04, 2010

Un oasis, pero al revés.

Hoy estaba charlando con una amiga, y me hizo recordar mi infancia. Sí, tuve una.

Mi casa estaba rodeada de personas conocidas. En la casa del lado izquierdo, había una pareja de señores de edad, muy amables. Del lado derecho vivía una mujer, no la conocí mucho, sólo sé que le regaló a mi madre una bonita tostadora. Era amable.

Enfrente vivía una familia: papá, mamá y tres hijos. Ellos venían a mi casa a jugar, o yo iba con mi hermanito a jugar con ellos. Era muy divertido, las tardes pasaban rápido y las preocupacion más grande era a quién le tocaba mover su ficha en el tablero.

Pero el tiempo es lo único que no se detiene.

Hace poco me vi caminando por mi cuadra una tarde, fría y nublada, y me di cuenta que ya me acostumbré a ella. Mi infancia, mi adolescencia, todo mi pasado; se acostumbraron al parque graffiteado, a las casas de dos pisos, a los baches que nunca sanan, a los gatos que siempre pasean, a las plantas que crecen, a la Luna que se ve desde cualquier lado.

Me pregunto qué pasara cuando yo me vaya, cuando el parque se vaya, cuando mi vida se vaya de aquí.

¿Me quedaré en las paredes?
¿Se quedará en mis recuerdos?
¿Acaso revivirá en historias contadas en una mecedora?
¿Acaso me quedaré en las marcas que dejé en las calles, en la madera de las cercas?

Eso, señores, es lo que pasa cuando nunca te has mudado.

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