septiembre 18, 2011

Zapatos.


A veces, como la Maga y Oliveira, sólo necesitas un par de zapatos en los que no entre el agua, y tal vez un lugar donde estar.

Un par de zapatos en los que no entre el agua; en los que no entre la lluvia, y con ella el autobús en el que estuvimos, la ruta que tomamos y el recuerdo de la caminata en la noche tibia.

Un par de zapatos en los que no entre el agua y la lluvia; y con ellas el parque en el que estuvimos, las luces de la ciudad, los zapatos rojos, las palomitas en la entrada del cine, la noche que nos subimos en la combi y estaba oscuro y tenías sueño y no quería dejarte aunque vivieras lejos.

Un par de zapatos en los que no entre el agua, en los que no entre el frío (como aquel frío de la sala de cine), y con él los parques, las horas, el viento, tu vestido naranja y amarillo, tus manos blancas, la tarde que tomé tres camiones sólo para ir a verte a tu casa (y no estabas, pero aun así lo haría mil veces más), las escaleras eléctricas y el olor de tu cabello.

Un par de zapatos en los que no entre ni el agua ni la lluvia ni el frío, y con ellos la ciudad, tus manos blancas, el libro que me regalaste, la canción que es tuya, las charlas, el café que tomamos una tarde, los sillones en los que nos sentamos una vez, la curiosa manera de encontrarnos, el sol ardiente que hacía el día que te conocí, y la primera sonrisa que te vi.

Un par de zapatos en los que no entre el agua, el agua que me hela los pies y entra por todos lados, y me hace decir y pensar en tantas cosas, todas las cuales se resumen en que ya quiero verte.

Un par de zapatos en los que no entre el agua, y tal vez un lugar donde estar (preferentemente, contigo).

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