A veces, como la Maga y Oliveira, sólo necesitas un par de zapatos en
los que no entre el agua, y tal vez un lugar donde estar.
Un par de zapatos en los que no entre el agua; en los que no entre la
lluvia, y con ella el autobús en el que estuvimos, la ruta que tomamos y el
recuerdo de la caminata en la noche tibia.
Un par de zapatos en los que no entre el agua y la lluvia; y con ellas
el parque en el que estuvimos, las luces de la ciudad, los zapatos rojos, las
palomitas en la entrada del cine, la noche que nos subimos en la combi y estaba
oscuro y tenías sueño y no quería dejarte aunque vivieras lejos.
Un par de zapatos en los que no entre el agua, en los que no entre el
frío (como aquel frío de la sala de cine), y con él los parques, las horas, el
viento, tu vestido naranja y amarillo, tus manos blancas, la tarde que tomé
tres camiones sólo para ir a verte a tu casa (y no estabas, pero aun así lo
haría mil veces más), las escaleras eléctricas y el olor de tu cabello.
Un par de zapatos en los que no entre ni el agua ni la lluvia ni el
frío, y con ellos la ciudad, tus manos blancas, el libro que me regalaste, la
canción que es tuya, las charlas, el café que tomamos una tarde, los sillones
en los que nos sentamos una vez, la curiosa manera de encontrarnos, el sol
ardiente que hacía el día que te conocí, y la primera sonrisa que te vi.
Un par de zapatos en los que no entre el agua, el agua que me hela los
pies y entra por todos lados, y me hace decir y pensar en tantas cosas, todas
las cuales se resumen en que ya quiero verte.
Un par de zapatos en los que no entre el agua, y tal vez un lugar donde
estar (preferentemente, contigo).
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