septiembre 10, 2012

Sillones


Me vienen a la mente otros tiempos, me vienen en forma de olas, sin darse cuenta de que pisotean la arquitectura que somos, que fuimos, que éramos, que se deshacía en cántaros sobre nuestras órbitas; día, noche, madrugada, día y de nuevo todo, de nuevo empieza todo. Madrugadas, las añado porque ahí vivías también, sin que repararas en que había que pintar de nuevo las paredes o cambiar la chapa del baño, que había que componer la cama porque rechinaba.

No vivías del todo, eras una turista, pero tú lo decidiste, tal vez desde el principio, aunque hubiera querido que fuera una casa vital; pero tú nunca quisiste o pudiste hacer de ella una casa, porque en las madrugadas te escapabas corriendo, tratando de alcanzar la colina para ver mejor el amanecer, para poder cantar desafinadamente mientras el viento mecía las copas de los pocos árboles que había ahí cerca.

Corrías, siempre corrías, no querías quedarte al principio, era normal que quisieras viajar siempre y estar siempre en varios lados (como ahorita que lo haces, pero de otra forma: estás siempre en el espejo que no tenía, en la cocina, en la parada del autobús, en las calles de este escenario surrealista), y lo conseguías, pero lo conseguías en parte, porque no te dabas cuenta de que ibas dejando migajas de ti en cada lugar que visitabas.

Me gustaba que corrieras a veces, sobre todo cuando era hacia mí, en un gesto que al recordarlo me hace sonreír por fuera y quebrarme por dentro mientras deseo con todas mis fuerzas que jamás hubieras corrido tan rápido por aquí, porque no nos dio tiempo de sentarnos en el pasto, sólo en la arena, sólo en el plástico de un autobús, en un sillón, en una banca de madera. pero nunca en el pasto.

Aquí empieza a hacer frío, pero no eres tú, o sí lo eres, tal vez lo eres. No recuerdo ahora muchas cosas, paso de un momento a otro como de una fotografía a otra, ya no tengo continuidad, de pronto estoy pequeño y de pronto tengo los diecinueve de ahora y ahí estás tú, aunque no hubieras estado o hubieras llegado tarde, pero ¿para qué te lo digo si ya lo sabes?

Algún día me voy a perdonar por no haberme quedado esa tarde, esa tarde en que tu mirada me atravesó de lado a lado, esa mirada que yo no sabía dónde iba a poner si ya no me quedaba espacio dentro, con todo el desastre, pero supiste quedarte en el desastre. Sin embargo, ahí debí quedarme, cuando me pediste con un movimiento de comisuras que te acompañara.

Todo eso fue mucho antes de todo, antes de que las cosas cambiaran, pero a veces, cuando hago silencio a pesar de que tengo miedo de escucharlo; ahí pasa, ahí es donde empiezo a pensar que debí quedarme y así tal vez te hubieras quedado.

1 comentario: